Descripción
- Número de páginas: –
- Formato: 15 x 21 cm
11,00€
Prólogo de Rafael Galán.
Al igual que ocurre con los cuentos de Robert Sheckley, en los relatos de Khristo Poshtakov (Pavlikeni, Bulgaria, 1944) lo de menos es la ciencia ficción. Y, al mismo tiempo, cuentos como estos no podrían haber cobrado forma con tanta fuerza en ningún otro género, aunque exploren la libertad, la amistad, la muerte, la ética y la moral en sus más diversas manifestaciones; aunque estén salpicados de un humor que en algunos textos roza un sutil absurdo y una sátira contenida, y aunque todos los textos tengan como hilo conductor un optimismo pesimista, temas más propios, sin duda, de otro tipo de ambiciones literarias. Kafka nunca entendió por qué sus amigos no se reían con sus relatos. De haberse dedicado abiertamente a la ciencia ficción habría tenido un público mucho más receptivo para trasladar inquietudes universales (para ello quizá hubiera tenido que nacer en otra época). Poshtakov no tiene ningún problema para que sus lectores reconozcan la sátira implícita en sus historias y encuentren en ellas un espejo del alma. Poshtakov comparte con Sheckley, al igual que con algunos de los mejores narradores de la Edad de oro de la ciencia ficción, sobre todo con Edmond Hamilton, a quien recuerda en su parte más reflexiva, la de Los reyes de las estrellas o ¿Qué se siente al estar ahí fuera? y con Theodore Sturgeon (en sintonía con los relatos contenidos en
Caviar), una fantasía que supera la ciencia ficción, que le hace explorar distintas facetas del ser humano: desde su capacidad para experimentar con sus semejantes, hasta su ambición de conocimiento; desde el ansia por conocer y controlar los laberintos de la mente, hasta su tendencia al autoengaño, a la autosatisfacción y a creerse superiores.
Como a Ray Bradbury y Sheckley, la libertad del género, en definitiva, le permite indagar, empleando siempre un estilo sencillo, sin trucos, en el alma humana. La ciencia ficción es el medio, no el mensaje (no siempre, como defendía Isaac Asimov, tiene el medio que ser el mensaje en la ciencia ficción para dar lugar a una obra impactante). En el fondo, todos nosotros tenemos dentro algo de los antihéroes de Poshtakov: de George Gartfield, de Robert Hawkins, de Ferenz Molnar, de Simon Taylor, del personaje Richard, de Andy-Al, de Sargal e incluso de Hannibal Kogan… algo que nos hace inconfundiblemente humanos cuando la ciencia se aproxima a la ficción.
De haber nacido en Estados Unidos, las obras de Poshtakov serían ahora, casi con toda seguridad, obras de culto veneradas en Occidente y las revistas especializadas querrían ver a un más que posible sucesor de Sheckley. De haber sido coetáneo del autor de Inmortality Inc. habría tenido, incluso, la oportunidad de publicar en revistas de prestigio dentro del género como Astounding o Galaxy o haber aprovechado la brecha, sobre todo económica, que Sheckley Krhisto Poshtakov 10 abrió en publicaciones como Playboy (que pagaba hasta diez veces más que cualquiera de género) a lo largo de la década de los 50.
Aunque, al igual que en un buen relato de ciencia ficción, de haber nacido en ese país, también es muy probable que jamás hubiera escrito una sola línea y que se hubiera convertido en un vendedor de seguros.
Dejando los presuntos árboles genealógicos literarios a un lado, a Poshtakov le ha influido, sobre todo, la forma en la que comenzó su carrera literaria y el país que le vio nacer. Khristo Poshtakov resbaló con una piel de plátano y empezó a escribir a la edad de 40 años (hasta entonces ni una sola línea de literatura), justo en 1984, año que da título a una de las grandes obras de la ciencia ficción universal. Se encontraba trabajando en La Habana como asesor técnico del Ministerio de Industria Alimenticia cubano cuando una noche, a la salida de un local, como si fuera un personaje más del universo de Paul Auster, una piel de plátano cambió su destino. Durante un mes no tuvo más remedio que quedarse postrado en una cama en La Habana y decidió matar el tiempo escribiendo cuentos. Si este incidente le hubiera ocurrido más joven o incluso en otro país, en el suyo propio, por ejemplo, quizá no se hubiera decidido a escribir.
De todos los países en los que podía haber nacido, nació en Bulgaria. El sello del Partido Comunista y de un presidente, Todor Zhivkov, que gobernó desde 1947, cuando Khristo contaba con cuatro años, hasta 1989, explican por qué en muchos de sus textos los personajes buscan la libertad sin saber que lo van a tener difícil, que no tienen escapatoria: el Estado, tanto si es una organización interplanetaria, como si es una productora multinacional, les estudia en todo momento. Y aún así hay disidencia, aún así hay planes para
escapar. Poshtakov, por su parte, no ha escapado, al menos en un plano físico, continúa viviendo en Bulgaria, y desde 1999, diez años después de la caída del muro de Berlín, tras dejar su trabajo al frente de un grupo de empresas, se dedica sencillamente a escribir. Los apasionados por la ciencia ficción estamos sinceramente agradecidos por esta concatenación de casualidades y por esta prejubilación anticipada. A lo mejor ahora saca tiempo para construir pirámides en el jardín…
Rafael Galán
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