Descripción
- Número de páginas: xxx
- Formato: 15 x 21 cm
18,00€
Prólogo de Luis Alberto de Cuenca: No es fácil haber sido el inspirador de Peter Pan. El bueno de James Matthew Barrie (1860-1937), que se hizo inmortal a partir de su alter ego Peter Pan (Barrie medía menos de metro y medio: su cuerpo se resistió a crecer) solía pasear a su dumasiano perro Porthos por los jardines londinenses de Kensington. Allí conoció por pura casualidad a los hermanos George, John y Peter Llewelyn Davies, que iban acompañados por su niñera, Mary Hodgson, a finales del siglo XIX. Se encariñó de ellos en seguida, trabando una estrecha amistad con sus padres, Arthur y Sylvia, que tendrían otros dos hijos en los albores de la nueva centuria, Michael y Nicholas (llamado Nico). Como quiera que los hermanos Llewelyn Davies quedaron pronto huérfanos, pues sus padres murieron de cáncer en la primera década del siglo XX, Barrie los prohijó, volcando en ellos el afecto que nunca obtuvo en su matrimonio &mdashsin sexo&mdash con la actriz Mary Ansell, que terminaría en divorcio (1909).
La antroponimia no admite dudas: Peter Llewelyn Davies proporcionó a James Matthew Barrie el nombre de su creación literaria más célebre, y John y Michael los de sus homónimos hermanos Darling, que, junto con su hermana Wendy, volarían a Neverland gracias al polvo de estrellas que les procuraría el hada Tinker Bell, la eterna enamorada de Peter Pan. Dos de los Llewelyn Davies, murieron jóvenes: George falleció en el frente de batalla durante la Primera Guerra Mundial (1915), y Michael se ahogó en Oxford en 1921, mientras nadaba en aguas peligrosas en compañía de un amigo. Sus muertes dejaron desconsolado a Barrie hasta su muerte (1937).
Peter Llewelyn Davies, por su parte, combatió en la Gran Guerra de 1914-1918 y luego se hizo editor, publicando bajo su sello diversas obras de Daphne du Maurier (que era prima suya). Acabaría suicidándose en 1960, a los sesenta y tres años de edad, por el expeditivo procedimiento de arrojarse a la vía de la estación de metro de Sloane Square, en Londres, cuando se aproximaba un tren. Estaba harto de que le preguntasen cómo se sentía al ser el modelo de Peter Pan.
Con estos mimbres tan freudianos, J. D. álvarez, experto en Barrie como pocos, ha urdido una novela corta o nouvelle, rotulada Fantasmas de Kensington, en la que ubica a Peter Llewelyn Davies en el entorno escocés &mdashla ciudad de Kirriemuir&mdash que vio nacer a su padre adoptivo, y en la que presenta, a caballo entre el sueño, la pesadilla y cierto toque gore muy actual, una serie de personajes reales que evocan a las criaturas imaginarias que pueblan el paraíso (¿o es infierno?) perdido de Neverland: el capitán Hook y las Sirenas, entre otros. El resultado es muy original, y me ha recordado, en lo estilístico e incluso en lo temático, a los plots de Neil Gaiman, el formidable novelista británico, ejemplar guionista del célebre cómic The Sandman. El argumento desplegado por J. D. álvarez me parece revelador, pues hunde sus raíces en la morbosa relación existente entre el creador de un mito literario de la magnitud de Peter Pan y el muchacho &mdashahora ya un sesentón con instintos suicidas&mdash que inspiró ese mito a raíz de su encuentro casual con Barrie en los jardines de Kensington.
Nadie que se precie de haber disfrutado leyendo las distintas aportaciones narrativas y teatrales de James Matthew Barrie al universo de Peter Pan puede dejar pasar impunemente Fantasmas de Kensington, pues álvarez ofrece en la novela que comienza donde terminan estas líneas un producto de enorme interés para todos aquellos que, como yo, amamos al niño que no quería crecer y nos identificamos con él.
Sinopsis: Peter Llewelyn Davies, a una edad ya avanzada, finge su propia muerte en Sloane Square con el fin de deshacerse de la sombra de Peter Pan, lastre que lleva arrastrando desde que siendo niño, J. M. Barrie proclamó que había sido su referencia a la hora de crear el personaje de su exitosa obra teatral. Así, Peter se marcha a una pequeña aldea en Escocia, The Little White Bird, cerca de Kirriemuir, para concluir allí sus últimos días en el más absoluto anonimato. Sin embargo, según se van desarrollando las semanas, lo que parecía un lugar apacible, comienza a transformarse en todo un universo de pesadilla atacado por caimanes, cuervos y fantasmas del pasado.
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